El objetivo de este libro es proponer algunos puntos de vista sobre la presencia de lo bello en el Derecho. No se trata tanto de dejar constancia de la forma en que las artes han representado la ley y la función de los juristas (aunque no faltan detalles sobre su iconografía y sobre la emblemática de conceptos y fenómenos jurídicos), sino de adentrarse en la espinosa cuestión de si el Derecho, como tal, es algo que, por la perfección de sus formas, complace a los sentidos y al espíritu. No parece inoportuno preguntarse hoy sobre la elegancia del Derecho. A pesar de la aparente paradoja, podría sostenerse que el conflicto, que está en la raíz del orden jurídico, reviste rasgos de belleza. Aunque el conflicto es desorden y falta de armonía, tiene la virtud de que excita y promueve el juicio, es decir, la capacidad para distinguir el bien del mal. El titulo se formula como interrogante porque habría sido presuntuoso hacerlo con una afirmación (por ejemplo, el Derecho es bello); movería a pensar que se propone una verdad que no admite discusión. El elogio del Derecho se nubla si la ley se identifica con un poder dominante y si se tiene presente la mala imagen que la literatura de todos los tiempos ha proyectado en torno a los juristas. El autor deja constancia de las fuentes en que se inspira. Bajo la fórmula de antología, la obra se ilustra con un amplio catálogo de textos escogidos, en los que juristas eminentes (Celso, Llull, Ihering, Radbruch, Biondi, Carnelutti, Austin, De Castro, Llewellyn) han dado respuesta, casi siempre apasionada, a la pregunta que da título a la obra.